Coloquio franco-mexicano

Violencia(s) y trabajo de campo en México:

Convivencia, ética de la investigación y reglas de cientificidad en humanidades y ciencias sociales

¿Es posible hacer trabajo de campo en México hoy en día? O dicho directamente, ¿es posible, a pesar de ser demasiado peligroso, arriesgado o comprometedor? La pregunta puede parecer incongruente para los investigadores mexicanos que nunca han dejado de trabajar en las comunidades o para los investigadores extranjeros que llevan mucho tiempo activos en el país, sin embargo, esta es una pregunta recurrente para los jóvenes e investigadores sénior antes de su partida a campo.

En algunos países, las instituciones de investigación implementan trámites administrativos más o menos complicados para realizar misiones en México ‒como ocurre con los procedimientos de autorización de seguridad del Centre national de la recherche scientifique (cnrs) o el Institut de recherche pour le développement (ird)‒ y estos pueden ser retrasados o negados de acuerdo con criterios variables ‒por ejemplo, el sistema de clasificación por colores de las zonas de peligro establecido por el Ministerio de Asuntos Exteriores del gobierno francés‒. En ocasiones, además, los arbitrajes sobre la conveniencia del trabajo de campo tienen lugar en niveles administrativos inferiores, como lo son el ayuntamiento o el ejido, lo que plantea otras dificultades en la gestión de espacios.

Hay que decir que el encuadre mediático de México fuera de las fronteras de la República es desconcertante. No hay un solo medio de comunicación extranjero que no hable de la violencia que recorre y carcome a la sociedad mexicana, como una plaga abstracta e insuperable. Es cierto que los hechos que ocupan las portadas de los periódicos nacionales e internacionales son indicativos de crisis incrustadas (de seguridad, humanitarias y, en la actualidad, forenses): la guerra contra el narcotráfico de 2006 iniciada por el presidente Felipe Calderón ha dejado un saldo superior a los 350 000 muertos; la desaparición forzada de los 43 estudiantes de Ayotzinapa en 2014, que desde entonces encarna la realidad de otros 110 000 desaparecidos; los asesinatos de periodistas o representantes políticos a escala local en los últimos diez años, las fosas clandestinas encontradas por todo el territorio, y muchas otras oscuras realidades del país.

Parece reduccionista detenerse en ese encuadre mediático ‒que a pesar de su cruda y dramática realidad no deja de ser parcial sobre lo que significa hoy vivir y hacer trabajo de campo en México‒, sin embargo, sería nocivo eludir las transformaciones objetivas del contexto mexicano. Así pues, además de los pactos y negociaciones inherentes a cualquier trabajo de campo en las ciencias sociales, existen estas complejas realidades que modifican profundamente el acceso y las prácticas de este. ¿Qué debemos hacer con este contexto político y social cambiante, inestable e incluso peligroso para nuestras prácticas? ¿Cómo afecta al trabajo de campo en las ciencias sociales y humanas? Por último, ¿qué significa actualmente hacer este trabajo de observación y recolección de datos en México?

Entre otras instituciones mexicanas preocupadas por estas transformaciones de las condiciones objetivas de investigación en México, el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (ciesas) es una institución pionera en la realización de investigaciones antropológicas en contextos de gran marginalidad y exclusión. Fundado en 1973, primero como Centro de Investigaciones Superiores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (cesinah), por los antropólogos indígenas Gonzalo Aguirre Beltrán, Guillermo Bonfil y Ángel Palerm, y luego como ciesas en 1980. Este centro se dedicó a la antropología social, la historia y la lingüística, en particular de las zonas rurales e indígenas del contexto mexicano, antes de abrirse a otras disciplinas como la geografía, la sociología y la ciencia política. Las siete sedes actuales reflejan una estrategia temprana de un registro regional de investigadores para resolver problemas nacionales.

En la década de los noventa, el conflicto armado en el estado de Chiapas renovó el enfoque antropológico sobre el trabajo de campo y la reflexión sobre cómo realizar investigaciones en territorios militarizados se acompañó de una renovación de las cuestiones éticas y políticas, especialmente desde una perspectiva de género y de las organizaciones indígenas. Recientemente, se ha producido otro punto de inflexión en los estudios de ciencias sociales relacionado con el trabajo de campo, muchas investigaciones que tratan directamente de la violencia la abordan desde la perspectiva de la vida cotidiana o desde sus márgenes ‒con el auge de las ciencias forenses en particular‒ lo que nos invita a pensar y dar un lugar destacado a la interdisciplinariedad, en una combinación de enfoques científicos que se entrecruzan y complementan entre sí.

Hay que señalar que las cuestiones sobre el acceso al trabajo de campo se limitan a las partes introductorias de los libros y ninguno de ellos aborda plenamente este tema ‒a pesar de que todos los autores que realizan estos métodos de investigación han visto trastocado su trabajo‒ ni las categorías utilizadas para describir este nuevo México: el de la violencia generalizada con la que todos han aprendido a convivir, integrándola en su trabajo a lo largo de los años.

Para el Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (cemca) el trabajo de campo es parte constitutiva del laboratorio de investigación, aunque nunca se ha pensado como tal de manera sistemática y diacrónica. En 1960 se creó la Misión Arqueológica y Etnológica Francesa en México (maefm) para facilitar el trabajo de campo de los investigadores franceses en el país. Al año siguiente se puso en marcha el primer programa de investigación en arqueología y etnología, con una fuerte dimensión colectiva. Durante el trabajo de campo, investigadores de diversas disciplinas se reúnen, concibiendo a las ciencias humanas y sociales como complementarias. Además de arqueólogos y etnólogos (a menudo las mismas personas combinan varias especialidades), también colaboran historiadores, lingüistas, botánicos, químicos, y también especialistas de otras disciplinas como el registro gráfico o la ilustración histórica. Más adelante, sobre todo a partir de los años ochenta, el centro, que entonces cambió su nombre por el de cemca se especializó más claramente en las ciencias humanas y sociales. La arqueología y la antropología permanecieron, por supuesto, pero también se afianzaron la historia, la geografía, la sociología, la lingüística, la historia del arte y, más recientemente, las ciencias políticas. Tanto si se interesan por las sociedades antiguas como por las contemporáneas, todas las disciplinas (o casi todas) comparten una concepción o enfoque determinados sobre el trabajo de campo.

Los investigadores franceses que visitan México durante periodos más o menos largos hacen regularmente este tipo de trabajo, si es que no se instalan a vivir ahí. Estas experiencias de terreno han dado lugar a numerosos trabajos monográficos que describen las realidades sociales de la capital mexicana o de regiones tan distintas como la Sierra Norte de Puebla, la Huasteca veracruzana, los altos de Chiapas o, más recientemente, Sinaloa, por citar algunas. Por último, estas experiencias han dado lugar a un tipo de relación con el campo que camina entre la intimidad y el distanciamiento. Aunque muchos investigadores han reflexionado críticamente sobre este, no ha sido hasta el 2021 que el cemca ha coeditado un libro que lo refiere específicamente: Etnografía y trabajo de campo: Teorías y prácticas de la investigación antropológica, coordinado por el investigador David Lorente. Este volumen examina la etnografía en Mesoamérica a través de la experiencia de muchos antropólogos mexicanos, latinoamericanos, europeos y estadounidenses, subrayando sus variedades, nutriendo los planteamientos teóricos, y sobretodo, enfatizando la importancia que tiene este trabajo como fuente de investigaciones.

Etnografia y trabajo de campo - David Lorente

El objetivo de este coloquio es continuar la reflexión iniciada por el libro dirigido por Lorente, confrontarla con las disquisiciones sobre el tema llevadas a cabo por el ciesas, ampliándola a las demás disciplinas de las ciencias humanas y sociales donde el trabajo de campo es fundamental en una perspectiva comparativa ‒si no término por término, al menos por afinidad‒ y diacrónica, tomando como medida de tiempo la experiencia de investigación; todo ello atravesado por la cuestión más reciente de la violencia. La última particularidad de este coloquio es la especial atención que se prestará al trabajo de campo de la arqueología y su relación con el contexto. En efecto, si las ciencias sociales han reflexionado a menudo sobre su relación con los métodos, actores y el trabajo de campo en general, al igual que los razonamientos que han alimentado regularmente la investigación en el ciesas, poco lo han hecho respecto a otras especialidades con prácticas tan diversas como la arqueología. Este coloquio es, por tanto, un intento de poner en diálogo las disciplinas desde una perspectiva diacrónica, comparativa y ética frente a un contexto de violencia.

Para ello, se proponen tres grandes líneas de reflexión:


1. Pensar el trabajo de campo en la arqueología y la antropología frente al cambio social

Los cambios sociales y políticos esbozados al principio de este texto han tenido un profundo impacto en las excavaciones arqueológicas locales presentes en los espacios públicos o privados, que se han visto directamente afectadas por la intrusión de la violencia, trastornando el trabajo de los arqueólogos en campo.

Los arqueólogos comparten con los antropólogos la experiencia de un trabajo de campo regular, más o menos prolongado, a veces durante varias décadas. Esta perspectiva a largo plazo les permite conservar una memoria del trabajo, pero también de antiguos vínculos, y estar en el corazón de las transformaciones. Los antropólogos, en cambio, se enfrentan a la vida cotidiana de las personas con las que conviven y se ven confrontados directamente con las consecuencias de las transformaciones de sus modos de vida. Sin embargo, de estos cambios pueden surgir nuevas dificultades y posibles «fracasos», que tanto arqueólogos como antropólogos comparten, sobre todo cuando el trabajo de campo se vuelve en contra del investigador. Así pues, el trabajo de campo, que puede haber sido utilizado durante mucho tiempo, y sea cual sea la disciplina, nunca puede darse por sentado.

Además, el trabajo de campo en la arqueología tiene una característica colectiva, de colaboración, que no está presente en las ciencias sociales, que suelen ser individuales (incluso cuando forman parte de encuestas colectivas). Esta cooperación con el terreno tiende a dejar a las comunidades en una situación pasiva por la mínima integración de estas en los resultados, ya sea mediante exposiciones o conferencias, a pesar de que generalmente implica la contratación de trabajadores locales, contratos de trabajo y gestión empresarial del colectivo de excavación. De manera inversa, la antropología ‒especialmente la antropología social, pero hoy también la antropología forense‒ integra en sus métodos una verdadera reflexión sobre la recogida de datos y la restitución a las comunidades locales. Para responder a las exigencias y cambios en la relación con el terreno, los arqueólogos promueven cada vez más proyectos participativos, en los que la meta es devolver un papel activo a las comunidades. Los antropólogos ofrecen aquí una reflexión ya avanzada, pero que se ha transformado bajo el impacto de la violencia, que podría permitir un diálogo fructífero entre disciplinas.

¿Cómo podemos trabajar colaborativamente? ¿Es posible hacerlo a largo plazo? ¿Cómo reaccionar ante los fracasos o el estallido de violencia? ¿Por qué y cómo puede evolucionar la ética de la relación con el trabajo de campo? Los temas de este primer eje son la adaptación a las transformaciones del contexto, a las transformaciones de uno mismo y repensar el campo y los sujetos que lo atraviesan.


2. El trabajo de campo y la violencia: Del surgimiento de la violencia en el territorio a las nuevas investigaciones mexicanas

Aunque México lleva muchos años experimentando un repunte de la violencia de diversos tipos, no todos los investigadores se han visto afectados de la misma manera. Los arqueólogos poco habituados a considerar este tipo de cuestiones contemporáneas, tan alejados están de los problemas que plantea el estudio de las sociedades antiguas, pueden dar fe de ello. Como resultado, para algunos, el trabajo de campo se ha transformado hasta el punto de verse limitado, obstaculizado o incluso impedido. Para otros, el cambio ha sido marginal. Por último, para otros, el tiempo de la violencia se ha convertido en un objeto de estudio en sí mismo. Solo hay que señalar cómo, en la última década, se han multiplicado los estudios antropológicos, sociológicos o politológicos que cuestionan directamente las configuraciones violentas en México. En todos los casos, la violencia crea zonas autorizadas, protegidas o de refugio, y otras prohibidas, peligrosas. Los investigadores entran y salen de estas nuevas territorialidades, cuestionando con su presencia y movimiento la distribución espacial de las nuevas relaciones de poder y las fronteras más o menos porosas entre estos espacios.

La violencia atraviesa el terreno y puede ser objeto de ella. ¿Cómo analizar estas dinámicas violentas, tanto si configuran las condiciones de acceso al campo como si son objeto de estudio por derecho propio? ¿Qué trucos utilizan hoy los investigadores sobre el terreno para hacer una etnografía de la violencia a pesar de ella? ¿Qué límites se les imponen y qué efectos puede tener esto en la producción de conocimiento? Cuando el trabajo de campo es posible, ¿qué ética de investigación debe adoptarse ante la violencia para no exponerse ni ponerse en peligro? La reflexión sobre la violencia como motor de nuevos métodos en el trabajo de campo será el tema de este segundo eje.

19 y 20 de mayo 2023 | 9:00 h
Casa de Francia – Havre #15, Juárez, 06600, CDMX. ENTRADA LIBRE.

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