Había una vez un hombre, ese hombre era arponero de peces.
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Solo iba y regresaba con su hermano a buscar peces para venir a comerlos con sasal. Entonces esos hombres agarraron un día para ir a arponear peces. Eran dos hombres, se fueron a arponear. Se fueron al ojo de agua.
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Cuando llegaron, vieron un pez grande. Se dice que sólo le vieron la cola. Se cuenta que el hombre le dijo: “Este, yo lo arponearé”. Se cuenta que el hombre se fue con el arpón, se dice que se lo clavó en la cola. Se fue.
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El hermano estaba viendo lo que su hermano estaba haciendo. Cuando lo vio, su hermano estaba desapareciéndose. Ese pez no era un pez común, era la madre de los peces. En nuestra lengua es “wichã akaki”.
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Entonces cuando estaba viendo, dicen que su hermano desapareció. No supo por dónde se lo había llevado.
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Se cuenta que ese hombre regresó a la casa de su hermano a contarle a su esposa. Cuando vino a contarle, le dijo: “Yo vengo solo”. Le dijo “¿Cómo?” “A tu esposo, se lo llevó la madre de los peces”. “Ah” le dijo, “vamos a buscarlo” le contestó la mujer.
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Cuando fueron a buscarlo no lo encontraron. Viendo bien lo que pasó, a ese hombre se lo había llevado la madre de los peces.
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El hermano le había dicho: “No lo arponees”. Entonces su hermano le contestó: “Yo no tengo miedo de lo que se cuenta”. Por eso se lo llevó.
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Se cuenta que la madre de los peces lo convirtió en su esposo. Se cuenta que ese hombre vive con la madre de los peces en el ojo de agua. Allí se fue. Todavía ese hombre vive, se cuenta que ella es su esposa. Este cuento termina así.