Ídolos de papel: Puntos sensibles de una cosmovisión

En el sur de la Huasteca, la tradición de las figurillas antropomorfas de papel nombradas “ídolos” en castellano, se ha convertido en el marcador étnico más emblemático de esta región, que incluye a tepehuas, nahuas, otomíes y totonacos. En este conjunto de culturas, la eficacia del sistema ritual nativo, de los “costumbres”, se verifica mediante la fabricación de esos artefactos que les permiten comunicar con las entidades que controlan la vida de la comunidad indígena. Se convocan para curar a la gente, solicitar las lluvias, celebrar las cosechas o supuestamente elaborar actos de brujería.

Tales “ídolos”, definen a los personajes elaborados por los expertos rituales, los cuales, entre los otomíes se llaman bâdi, “el que sabe”. Tepehuas, totonacos, nahuas, y otomíes de la región representan los últimos grupos nativos mesoamericanos que representan las potencias mayores del universo bajo la forma de artefactos antropozoomorfos, es decir, hombres, animales, vegetales o minerales. El experto o chamán es el único especialista capaz de producir una infinidad de esas figurillas que permanecen un instrumento mayúsculo de la vida ritual.

Los “ídolos”, como representantes mayores del panteón nativo se caracterizan por una amplia gama de colores y números, que solamente el chamán sabe desencriptar. Este corpus, cuyos diseños varían de un especialista a otro, de una comunidad a otra, se aplica a todos los existentes de la naturaleza, ya que ningún elemento puede tener una representación antropomorfa. Elementos de la naturaleza como cerros, pozas, cuevas o eventos meteorológicos se consideran actores cuyas modificaciones de humor — súplica, coraje, etc. — se manifiestan de manera cíclica o arbitraria.

Las figurillas de papel, una vez recortadas, no resultan imágenes amorfas, sino cuerpos animados. De ninguna manera los ídolos son modelos estáticos, simples reflejos de la realidad extrahumana, más bien son cuerpos animados, lo que el chamán traduce por la operación de apertura de las lengüetas móviles que figuran los ojos, la boca y el mbʉi, a los cuales atribuirá una energía mediante la unción de sangre del volátil sacrificado al propósito, El papel de la sangre es determinante para activar las figurillas que corresponden a la “mala obra”, es decir a las fuerzas patógenas controladas por el Diablo, el cual gobierna la parte inferior del cuerpo, mientras que Dios custodia la parte superior. La sangre conecta las entidades en posición de solicitación por el chamán. Los ídolos “hablan” con el recurso de la sangre (khi, o semen), puesto que representan el vector de fertilización de los humanos.

El corpus sin límites de los “ídolos” revela que en la cosmología de esos pueblos, está presente un sistema clasificatorio de seres notables, conectados entre sí, como “dioses del monte”, “asistentes del Diablo”, “mala obra”, etc., que forman una organización de tipo escalafón, análoga al sistema de cargos político-religioso que controla la comunidad indígena, y que devela la distribución según un modelo jerárquico de las fuerzas del inframundo.

Finalmente, los ídolos señalan la infinidad de puntos sensibles del ecosistema de los vecinos de la comunidad, y permiten dibujar una cartografía de los territorios nativos a partir de esas constelaciones de “fuerzas” relacionadas entre sí, custodiadas por los expertos rituales, gracias a su transmisión del saber de los ancestros.

Texto: Jacques Galinier
Dibujos: Françoise Bagot

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Libros recomendados de Jacques Galinier:

Una noche de espanto: Los otomíes en la obscuridad

La mitad del mundo: Cuerpo y cosmos en los rituales otomíes

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